La
ciudad se abre en un ruido constante, la noche es antigua y se
prolonga. Multitudes de jóvenes ociosos recorren las avenidas y la orilla oriental
del río, miran pasar los barcos lujosos repletos de extranjeros, y aprovechan
cualquier excusa para cantar, abrazarse o dar la bienvenida a los recién
llegados.
Los árabes la
llamaron la victoriosa. En sus edificios ruinosos parece que perviven las
huellas de una guerra moderna
o de una catástrofe irrepetible;
más que
victoria gloriosa, muestran una lenta derrota africana.
Minaretes
iluminados, colinas de azul y alabastro, más altas son las súplicas
a los pies,
sobre alfombras
orientales,
más altas las
ansías del pueblo por elevarse
de sus palabras
enclaustrados, más altas, muchos más,
de su yugo inapelable,
en la
religiosidad popular, reglamentada o abstracta,
de un país febril
pero descalzo.
Agustín Calvo Galán
(inédito)