El poeta sabe que
no hace falta bajar a los infiernos, como Orfeo en busca de Eurídice, para
encontrarse cara a cara con la muerte. El último libro de Javier Pérez Walias
(Plasencia, 1960), Al Qarafa (De
la luna libros, 2014), no es un descenso a ningún infierno, pero si es un
encuentro con la muerte. Tal vez, la única trascendencia que el lenguaje nos
permite atisbar sea esa: la finitud universal que implica el estar vivo. Y de entre los
lugares en los que la vida se arruina surge la ciudad convertida en campo santo: la
ciudad de los muertos, como el famoso barrio cairota, cuyo nombre da título a
este libro, en el que los más pobres de entre los pobres hacen su vida, ocupando
(¿o, tal vez, okupando?) los grandes panteones de antiguas familias ricas. Es
ahí, en la necrópolis, donde la paz social y la vida se refugian, donde continúan, conviven y se confunden la muerte y la vida, la eternidad y la finitud. Comienza
Pérez Walias con un primer verso: La ciudad es un osario
de almas, que nos recuerda o actualiza a aquel millón de
cadáveres de Dámaso Alonso, que habitaban en el Madrid de la posguerra. De manera parecida, los
antiguos romanos colocaban sus tumbas o monumentos funerarios junto a las
calzadas, justo antes de entrar a las ciudades, para que fueran los muertos y
su memoria, inscrita en lápidas, los que dieran la bienvenida al viajero. Así,
el poeta placentino también incluye en su libro un apartado titulado
"Inscripciones”, donde recupera supuestos textos inscritos, grabados,
grafittis, tatuajes, epitafios, frases breves escritas para pervivir, a propósito de la muerte, de
gran inspiración vital. Por último, el libro se llena de fechas,
recordándonos el reducto temporal de nuestra existencia, campo abonado sobre el
que la poesía crece, sobre el que la buena poesía, como la de Pérez Walias,
fructifica y nos libera.
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