El pasado
17 de marzo se publicó el obituario de Juan Soros en el diario El Mercurio de
Santiago de Chile. Fue a morir a su lugar de origen. Yo lo conocí en la
librería La Central del Raval de Barcelona. Vino hace ya más de un año a
presentar la Obra Completa del poeta argentino Viel Temperley -que acababa de
aparecer en la colección Transatlántica de la editorial Amargord-. Por aquel
entonces yo desconocía su labor como poeta, una labor que ahora tengo entre las
manos convertida en este Luto
(1995 -
), editado también por Amargord (2014).
Por
tanto, Luto recoge toda la poesía de
Juan Soros, que se divide en los libros que anteriormente había publicado: Tanatorio, Cineraria, Reliquia y Ara; todos ahora envueltos en un negro
brillante y profundo. Me adentro en él y recorro la sumisión de la vida a la
muerte, sin remedio, tal y como el poeta la ha querido experimentar, expresar,
transformar: un luto colmado de citas, un luto limpio, de poemas exactos, sin
florituras innecesarias, sin palabras huecas ni lugares comunes, un luto que se
ha ido trabajando durante varios años, un luto lleno de referencias hebreas,
griegas y latinas, de cultura destinada a que nuestra sociedad enmarque la
muerte y su aparente sinrazón. Pero el poeta va más allá, consigue revertir la
liturgia funeraria, hasta transgredirla:
Señor no soy digno / de que
entres en mi casa / pero una palabra tuya bastará / para condenarme. (pág. 183)
Busca,
también, la razón de la muerte en la muerte misma:
Déjate consumir por el fuego /
para sofocar el incendio. / Morir para cesar de morir. (pág. 85)
No se
enfrenta el poeta a lo absurdo de preguntarse por la razón de la vida, sino que
ahonda en la única certeza absoluta: en la cicatriz o el desasosiego de saberse
destinado a volver a la tierra. Y en esa vuelta a la tierra, la lengua
castellana tiene una frase demoledora para insultar a alguien: “no tiene donde
caerse muerto”. Soros dice:
Para tener donde morir / vine a
ti. (pág. 185)
Pues la
muerte no es gratuita, como tampoco lo es el transcurrir por la vida: la divisa
a pagar puede ser la nota de la funeraria tanto como lo eran en la Antigüedad
dos monedas puestas bajo la lengua o sobre los ojos del difunto, como óbolo
para Caronte, el barquero de la laguna Estigia que lo llevará hasta las puertas
del Hades.
Al fin, Luto no es solo un libro de poesía, sino
una forma de experimentar la muerte, de desearla sin necesidad de morir o de
suicidarse; una experiencia descrita, inconclusa, escrita desde el silencio pensado, caleidoscópico y
trascedente del aquí y ahora, una experiencia que vivifica al poeta:
Escribir / es una forma de
callar. (pág.
223)
Aquel
día que lo conocí, en la librería de Barcelona, desconocía incluso que Juan
Soros era un seudónimo; ahora sé algo más, gracias a este Luto sé que no era tan solo un seudónimo, sino un trasunto o un alter ego de Edmundo Garrido -poeta chileno, afincado en Madrid-; una transformación
de sí mismo, una vida amplificada para experimentar lo que muchos, a lo largo de la Historia, han querido: su propia muerte.
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