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sábado, 25 de julio de 2015

"Malpaís" de Alfredo Saldaña

No muy lejos de Calgary, en las extensas planicies de Alberta (Canadá), se encuentra una zona de tierras baldías o badlands que, además de ser un lugar de belleza lunática, es el paraíso de los paleontólogos, pues allí se han conservado una cantidad espectacular de fósiles de animales vertebrados. Como en el último libro de Alfredo Saldaña, Malpaís (Isla de Síltola, 2015), la naturaleza de la escritura puede parecer un terreno baldío, un lugar inhóspito, yermo y malsano, en el que el poeta debe avanzar sin coordenadas preestablecidas y sin conocer las fronteras. El poeta y profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Zaragoza sabe que escribir es, a menudo, picar en las piedras más duras, y romperse el lomo sin esperar nada a cambio, como dice el poema en prosa "A cielo abierto":

"Trabajar sin esperar de la mala tierra alimento, recompensa o beneficio alguno, abonando un pensamiento no sometido que se levante contra este cielo infernal a partir de la ruptura con ciertas maneras preeminentes de entender la existencia (...)" Pág. 48

Así, nos encontramos con el desvelo del poeta auténtico, el poeta que busca su propio yerro, que ahonda en sus incertidumbres para construir sendas de comunicación. Y, frente a tantos otros que hollan caminos ya trillados, que siguen las modas y los modismos, que se actualizan al albur de lo que se lleva y triunfa cada temporada y que hasta son aplaudidos, lejos de cualquier complacencia, Alfredo Saldaña indaga en las dificultades de la creación, crea en primera persona, por exasperación propia, pues sabe de la única satisfacción posible, de la única búsqueda:

"El que camina crece en el sendero."
(Pág. 73)

Nada más, ni el sentido de la vida, ni el éxito, el Malpaís es el verdadero territorio de la escritura, es la conciencia (poética), es la arqueología del lenguaje, es el lugar de la belleza extraña, es el lugar del que surgen las más antiguas huellas, pues bajo la superficie, bajo lo evidente y actual, se camina, se (re)descubre y se trasciende:

"La vida allí no vale nada:
lo que se da y se pierde
es todo cuanto nos pertenece."
(Pág. 32)

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