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sábado, 11 de febrero de 2017

"El nadador" de Miguel Ángel Curiel

"Nadie ha sido invitado a este mundo", dice Miguel Ángel Curiel en uno de los poemas contenidos en su último libro, "El nadador" (Editora Regional de Extremadura, 2016), y no solo porque la existencia es algo que nos viene dado al nacer y, por tanto, es involuntaria, sino también porque el desarraigo y la disolución del yo mueven la poesía de Curiel hacia las tierras movedizas de la desazón y el inconformismo con la realidad que le ha tocado vivir. Pero, también hacia el ciclo oriental del Samsara:

"y el mundo da para quitar
y quita para dar,"
(pág. 23)

Es cierto, el poeta cuando nada, cuando escribe, transita por la superficie transparente de las aguas sabiendo que en cualquier momento puede tocar fondo o ahogarse, y que su equilibrio depende de que siga hacia adelante, sin detenerse, reinventándose. Sin embargo, ese no detenerse no es continuar por lo previsible, sino abrir su propia senda en el océano, incluso asumiendo que se puede equivocar:

"Un poema que no sale es una bendición (...)
pag. 43


Así, la escritura va formando las líneas que unen al poeta al mundo, al cordón umbilical que le mantiene a flote, y entonces puede extraer de su transitar la experiencia de la realidad que le permita vaticinar:

"Como el mundo, la poesía será cada día más pobre."
(pág. 42)

Que nos interpela a nosotros como lectores pero, sobre todo, al conjunto de la sociedad, a propósito del actual desmoronamiento de los valores que, tal vez, podían haber hecho habitable nuestro mundo. Al fin, "El nadador" no es un libro que se quede en la superficie, sino que ahonda sin complejos en la palabra como armazón de incertidumbres sobre el devenir, sobre la vida.

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