Cada vez que oigo aquello de "cautivo y desarmado el ejército rojo" me acuerdo de "El vel de maia" de Marià Manent, sobre el que hace diez años escribí el siguiente artículo:
Ahora
que, cautivo y desarmado el ejército rojo, conmemoramos el fin de la Guerra Civil española, me parece
un buen momento para conmemorar un libro del poeta, prosista, traductor y
crítico catalán Marià Manent (Barcelona 1898-1988); se trata de “El vel de maia”,
publicado en 1975, tras haber ganado el premio Josep Pla en 1974. Nos
encontramos ante de un dietario que comienza el 19 de enero de 1937 y acaba el
15 de febrero de 1939: dos años de Historia en mayúsculas y de un sinfín de
historias en minúsculas. Se tradujo al castellano en 1984 (“El velo de maya”,
ed. Trieste), desgraciadamente, me temo que en una edición muy difícil de
encontrar (aunque tampoco las ediciones en catalán son fáciles de encontrar
actualmente).
Manent obtuvo su mayor reconocimiento como
traductor (vertió al catalán y/o al catellano a Keats, Shelley, Dylan Thomas,
William Blake, Coleridge, Pasternak, etc. así como versionó también a algunos
autores chinos y japonenses como Wang Wei)
y como poeta, pero es en su labor memorialista donde descubrimos al
hombre de letras en su conjunto: al intelectual de su tiempo, al traductor en
contacto con las literaturas y las realidad de otros países, al poeta en
relación con sus contemporáneos y, por qué no, también al padre de familia. Se
definió a sí mismo como poeta urbano y pequeño burgués (prólogo de “El vel de maia”),
y fue retratando en el conjunto de sus dietarios, pero especialmente en “El vel
de maia”, su labor de compromiso con la literatura y su alejamiento de los
extremismos, presentes en ambos bandos enfrentados, e insistiendo en la percepción
de que la guerra había borrado los matices de la realidad político-social de
nuestro país.
En
1937, ante la imposibilidad de vivir con normalidad en una Barcelona con
continuos bombardeos nocturnos de la aviación fascista, Manent y su familia se
trasladan a una masía en las faldas del Montseny. “El vel de maia” es la
narración de tales vivencias: dejaban atrás la inmediatez de la guerra y una
ciudad desesperada y a oscuras, mientras llegaban a un territorio de paz donde
el tiempo transcurría con gran sosiego; esta contraposición, constante en todo
el libro, de elementos (tal y como Manent mismo nos advierte en el prólogo)
podría producir en el lector una cierta perplejidad; sin embargo, lejos de los
miedos del autor, le proporciona un atractivo excepcional; de igual manera, la
verdad implícita, la transparencia del idioma en el que está escrito, la
frescura y proximidad tanto a los acontecimientos que relata como a la vivencia
de los mismos, hacen de “El vel de maia” un documento literario de primer orden,
emparentado estilísticamente con la mejor prosa memorialista de Josep Pla, pero
también un documento histórico que nos permite tener una visión de primera mano
de lo que estaba sucediendo y de cómo la población civil lo vivía.
Ahora
que tanto se habla de memoria histórica, –empeñándonos
en juntar ambas palabras: memoria e Historia–, no estaría demás volver a las vivencias de quienes
sintieron en sus carnes aquellos tiempos de la Guerra Civil y los describieron
en sus diarios o en sus memorias; seguramente en ellos encontraremos unas
verdades diferentes a las que aparecen en gran parte de los manuales de Historia;
por que el dolor, la angustia, el
miedo, la frustración, la esperanza, el llanto, es decir: todo lo que implica
vivir una situación de revolución y guerra a nivel individual o personal, no
suelen asomarse por los libros de Historia, sino que más bien están en prosas
como los diarios de Marià Manent. Obviamente, no podemos olvidar que pueblo,
país, bando, contienda, nación, alzamiento o sociedad son conceptos abstractos
e inconcretos, interpretables a gusto del historiador de turno; mientras que el
individuo es un ser tangible y, por tanto, la expresión individual es siempre
directa: el lector puede inserirla, interpretarla o juzgarla en su contexto sin
mediar historiador alguno.
En “El
vel de maia”, en contraposición a las descripciones bellas y bucólicas de la
vida rural que realiza Manent, resultan sobrecogedoras las noticias que llegan
de los bombardeos en Barcelona o del avance frente de guerra, y especialmente
su descripción de cómo va oyen el ruido de la guerra, el fragor de los
enfrentamientos y el estruendo de las bombas, aproximándose, inexorablemente,
hacia su reducto de paz. Es entonces, hacia el final del libro, mientras la guerra
había comenzado a devorar hasta la tranquilidad de su vida en el campo, cuando
el velo de maya de la cosmogonía hindú, –y que da nombre al dietario– se rasga y el autor comprueba, junto a su familia, que
la realidad bajo la que vivían en el Montseny era una forma de protección
temporal, un espejismo de tranquilidad, y que la guerra iba a llegar también
hasta su refugio. Primero oyen los bombardeos, a lo lejos, en ciudades próximas
como Granollers, poco después comienzan a pasar milicianos fugitivos frente a
su masía, después los restos del ejército republicano en huida hacia la
frontera francesa y, tras ellos, el ejercito franquista.
Por
tanto, frente a la amargura de la guerra o en yuxtaposición a la misma (en
palabras del propio Manent, escritas en su dietario el 24 de agosto de 1937,
“angustia e idilio inextricablemente enlazados”), el libro nos deja también gratas
estampas de la vida en el campo en un territorio muy definido, con una
toponimia cercana y una sería de personajes que, en su geografía rural, Manent
consigue retratar en la calma de su entorno labriego, y siempre desde la
admiración por la sencillez y la conversación de palabras exactas. Por otro
lado, está muy presente la labor como traductor que llevaba a cabo durante
aquellos años, así como sus conversaciones con algunas de las personalidades
literarias catalanas del momento como Vinyoli, Riba, etc.
El
final, la vuelta de la familia a una ciudad derrotada pero de nuevo iluminada
por las noches, les deja un sabor agridulce de dolor, alivio e incerteza.
Alivio por el fin de la guerra y la esperanza de un tiempo de calma; dolor por
todo lo perdido, especialmente por los muertos y por los exiliados; e
incertidumbre ante los vencedores y ante cómo administrarán la victoria.
Agustín
Calvo Galán, 2009-2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario