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viernes, 5 de abril de 2019

1939. “El vel de maia” de Marià Manent

Cada vez que oigo aquello de "cautivo y desarmado el ejército rojo" me acuerdo de "El vel de maia" de Marià Manent, sobre el que hace diez años escribí el siguiente artículo:


Ahora que, cautivo y desarmado el ejército rojo, conmemoramos el fin de la Guerra Civil española, me parece un buen momento para conmemorar un libro del poeta, prosista, traductor y crítico catalán Marià Manent (Barcelona 1898-1988); se trata de “El vel de maia”, publicado en 1975, tras haber ganado el premio Josep Pla en 1974. Nos encontramos ante de un dietario que comienza el 19 de enero de 1937 y acaba el 15 de febrero de 1939: dos años de Historia en mayúsculas y de un sinfín de historias en minúsculas. Se tradujo al castellano en 1984 (“El velo de maya”, ed. Trieste), desgraciadamente, me temo que en una edición muy difícil de encontrar (aunque tampoco las ediciones en catalán son fáciles de encontrar actualmente).
 Manent obtuvo su mayor reconocimiento como traductor (vertió al catalán y/o al catellano a Keats, Shelley, Dylan Thomas, William Blake, Coleridge, Pasternak, etc. así como versionó también a algunos autores chinos y japonenses como Wang Wei)  y como poeta, pero es en su labor memorialista donde descubrimos al hombre de letras en su conjunto: al intelectual de su tiempo, al traductor en contacto con las literaturas y las realidad de otros países, al poeta en relación con sus contemporáneos y, por qué no, también al padre de familia. Se definió a sí mismo como poeta urbano y pequeño burgués (prólogo de “El vel de maia”), y fue retratando en el conjunto de sus dietarios, pero especialmente en “El vel de maia”, su labor de compromiso con la literatura y su alejamiento de los extremismos, presentes en ambos bandos enfrentados, e insistiendo en la percepción de que la guerra había borrado los matices de la realidad político-social de nuestro país.
En 1937, ante la imposibilidad de vivir con normalidad en una Barcelona con continuos bombardeos nocturnos de la aviación fascista, Manent y su familia se trasladan a una masía en las faldas del Montseny. “El vel de maia” es la narración de tales vivencias: dejaban atrás la inmediatez de la guerra y una ciudad desesperada y a oscuras, mientras llegaban a un territorio de paz donde el tiempo transcurría con gran sosiego; esta contraposición, constante en todo el libro, de elementos (tal y como Manent mismo nos advierte en el prólogo) podría producir en el lector una cierta perplejidad; sin embargo, lejos de los miedos del autor, le proporciona un atractivo excepcional; de igual manera, la verdad implícita, la transparencia del idioma en el que está escrito, la frescura y proximidad tanto a los acontecimientos que relata como a la vivencia de los mismos, hacen de “El vel de maia” un documento literario de primer orden, emparentado estilísticamente con la mejor prosa memorialista de Josep Pla, pero también un documento histórico que nos permite tener una visión de primera mano de lo que estaba sucediendo y de cómo la población civil lo vivía.
Ahora que tanto se habla de memoria histórica, empeñándonos en juntar ambas palabras: memoria e Historia, no estaría demás volver a las vivencias de quienes sintieron en sus carnes aquellos tiempos de la Guerra Civil y los describieron en sus diarios o en sus memorias; seguramente en ellos encontraremos unas verdades diferentes a las que aparecen en gran parte de los manuales de Historia; por       que el dolor, la angustia, el miedo, la frustración, la esperanza, el llanto, es decir: todo lo que implica vivir una situación de revolución y guerra a nivel individual o personal, no suelen asomarse por los libros de Historia, sino que más bien están en prosas como los diarios de Marià Manent. Obviamente, no podemos olvidar que pueblo, país, bando, contienda, nación, alzamiento o sociedad son conceptos abstractos e inconcretos, interpretables a gusto del historiador de turno; mientras que el individuo es un ser tangible y, por tanto, la expresión individual es siempre directa: el lector puede inserirla, interpretarla o juzgarla en su contexto sin mediar historiador alguno.
En “El vel de maia”, en contraposición a las descripciones bellas y bucólicas de la vida rural que realiza Manent, resultan sobrecogedoras las noticias que llegan de los bombardeos en Barcelona o del avance frente de guerra, y especialmente su descripción de cómo va oyen el ruido de la guerra, el fragor de los enfrentamientos y el estruendo de las bombas, aproximándose, inexorablemente, hacia su reducto de paz. Es entonces, hacia el final del libro, mientras la guerra había comenzado a devorar hasta la tranquilidad de su vida en el campo, cuando el velo de maya de la cosmogonía hindú, –y que da nombre al dietario se rasga y el autor comprueba, junto a su familia, que la realidad bajo la que vivían en el Montseny era una forma de protección temporal, un espejismo de tranquilidad, y que la guerra iba a llegar también hasta su refugio. Primero oyen los bombardeos, a lo lejos, en ciudades próximas como Granollers, poco después comienzan a pasar milicianos fugitivos frente a su masía, después los restos del ejército republicano en huida hacia la frontera francesa y, tras ellos, el ejercito franquista.
Por tanto, frente a la amargura de la guerra o en yuxtaposición a la misma (en palabras del propio Manent, escritas en su dietario el 24 de agosto de 1937, “angustia e idilio inextricablemente enlazados”), el libro nos deja también gratas estampas de la vida en el campo en un territorio muy definido, con una toponimia cercana y una sería de personajes que, en su geografía rural, Manent consigue retratar en la calma de su entorno labriego, y siempre desde la admiración por la sencillez y la conversación de palabras exactas. Por otro lado, está muy presente la labor como traductor que llevaba a cabo durante aquellos años, así como sus conversaciones con algunas de las personalidades literarias catalanas del momento como Vinyoli, Riba, etc.
El final, la vuelta de la familia a una ciudad derrotada pero de nuevo iluminada por las noches, les deja un sabor agridulce de dolor, alivio e incerteza. Alivio por el fin de la guerra y la esperanza de un tiempo de calma; dolor por todo lo perdido, especialmente por los muertos y por los exiliados; e incertidumbre ante los vencedores y ante cómo administrarán la victoria.

Agustín Calvo Galán, 2009-2019

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