El mundo es también su contrario. Nuestra existencia se cierne entre ambos:
Todo es color de víspera:
tan solo es un domingo,
una frontera, un timbre.
Llamar es esperar.
(pág. 24)
Entre presencias y ausencias, el zaragozano Ramiro Gairín ha construido una hilera de poemas que se desplazan por las calles y las plazas de una ciudad suspendida en el tiempo, en la que persiste lo que ha dejado de existir y también lo que existirá en el futuro:
Para que me preguntes, hijo mío,
llueve, para que hablemos donde estés.
Nos prepara un encuentro tanta lluvia.
(pág. 52)
Entre la partida y el encuentro, entre los seres queridos y las sombras, el poeta se va desplazando y pensando el espacio, las vivencias, la gravedad de un mundo onírico:
y ocupan el espacio
que solo son capaces
de atravesar las sombras.
(pág. 39)
La ciudad que no somos (Polibea, 2020) es un libro breve e intenso, henchido de poesía esencial, transparente y, felizmente, sin oropeles.
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