http://elvisirdeabisinia.blogspot.com/2021/08/microlecturas-06-cartografia-del-raval.html
Cuando un italiano dice il mio
paese no se refiere a la nación transalpina, a la Italia geográfica,
política o cultural que ha dado mil glorias a la humanidad; no, en realidad
está hablando de su pueblo, de su patria chica, de su localidad natal. Por eso,
cuando oigo decir il mio paese siento
que el italiano es la lengua más bella del mundo.
En una ocasión, invitado por unos amigos sorianos, presencié la fiesta
del “levantamiento del mayo” en Vinuesa, –localidad pétrea, a los pies de las
sierras de Urbión y de la Cebollera, que rodean la tan machadiana Laguna Negra–,
y envidié a todos los vecinos de aquella localidad: niños, jóvenes, mayores, viejos,
mujeres y hombres, los envidié como individuos y como colectividad, por ser y
sentirse de un pueblo, por estar juntos en un mismo esfuerzo de ser, de ser colectivo.
Y envidié a todos los que se sentían de un pueblo y eran capaces de aunar sus
voluntades para levantar un “mayo”, y sentirse de un lugar por encima de todo:
sentirse compatriotas de vecindad. Allí, en Vinuesa, durante aquella fiesta, supe
que era un apátrida por haber nacido en una gran ciudad, cuyo destino,
esfuerzos y símbolos colectivos se escapaban por completo a mi voluntad o me eran
ajenos.
Tiempo después, leyendo Paseos con
mi madre de Javier Pérez Andújar, que explica la idiosincrasia de los barrios y
localidades del extrarradio obrero, inmigrante, pobre, castellanoparlante, marginal,
delincuente, reivindicativo, antes rojo ahora no se sabe de qué color, de
Barcelona, pero no como haría un sociólogo o un historiador, sino desde un
punto de vista personal, íntimo, literario, de relación con el entorno, con el
espacio vivido, a veces amado y a veces odiado; decía que leyendo aquel libro
sentí una inmensa alegría, me dio un vuelco el corazón y no solo porque es un
gran libro, sino porque dejé de envidiar a los paisanos de Vinuesa o de
cualquier localidad italiana: comprendí que mi pueblo, il mio paese, que mi patria era mi barrio: el Raval. Tan lejos de
los barrios de Pérez Andújar, aunque en realidad tan cerca, porque no está en
el extrarradio de Barcelona, sino en su mismo centro, pero que ha compartido y comparte
con aquellas áreas extra muros buena
parte de su realidad sociocultural.
En la época en la que leí Paseos
con mi madre hacía ya unos años que había dejado de vivir en Barcelona y me
había ido al campo, –por razones que ahora no vienen a cuento–; el caso es que
el distanciamiento del barrio en el que nací y crecí y de la gran ciudad en su
conjunto, unido a aquella lectura, facilitó que pudiera ponerme a pensar, recordar
y cartografiar las vivencias y disquisiciones que aquí recojo en torno al que,
para siempre ya, será mi barrio.
"Cartografía del Raval" (Polibea, 2021)
de agosto, con sus veladuras, podría ser una forma de nocturnidad. No ha llovido, y aún así las nubes grises, oscuras como cuervos, casi negras, cubren las cabezas de los árboles, también la mía. A lo lejos se oyen truenos infalibles. Lo sé, nunca llueve lo suficiente.
No hay atajos posible, solo meandros larguísimos para llegar a ninguna parte, para dejar de sentir sed.
(Inédito)