No, no es que el oriolano José Luis Zerón Huguet me devuelva a las melodías o a la nostalgia de los años 90 con su último libro: "Hable la luz" (Olé libros, 2024); más bien plantea algo más profundo, un tema fundamental en literatura: ¿merece la pena escribir? o mejor aún: ¿para qué escribimos? Es decir, sobre la naturaleza misma del arte de crear con el lenguaje (escrito). La respuesta, por supuesto, no la pueda dar el autor, ni Zerón Huguet ni ningún otro. El que se atreve a dar una contestación a estas preguntas no es un osado, sino más bien un blasfemo. La naturaleza misma de la creación es inexplicable, como lo es Dios para los creyentes.
En el libro, tras un "Introito" de inspiración rilkeana, nuestro autor se adentra en la búsqueda incansable como posible significado creativo, así dice:
La más pequeña luz / puede hacer que olvidemos la ceniza.
(pág. 18)
o
Lo vivos seguirá creciendo / allí donde crece la muerte.
(pág. 35)
Sabiamente, se desvela así la sinrazón de nuestro ser, pero también la única verdad que podremos atisbar: la inmanencia del paso del tiempo (constructor y destructor de todo) en nuestra existencia.
No hay certeza, y solo rabia entre el brillo mortal / de las estrellas que gritan nuestro desamparo.
(pág. 37)
o
Nada esperes aceptándolo todo.
(pág. 39)
Y el último verso del libro:
(...) en la herida que nunca cicatriza.
(pág. 97)
Porque, al fin, vivir es asumir la herida del ser, la que nunca cicatriza, y escribir puede ser una buena manera de asumir la distancia y la ignorancia, abordar las contradicciones de nuestro devenir con entereza y también plantear las más hondas preguntas con sensibilidad e inteligencia. José Luis Zerón Huguet lo consigue, deja que hable la luz en este libro: un pequeño rayo de belleza formal en medio de las tinieblas que nos acechan.
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