Ilustración de María Barredo
Las corbatas me turban. Soy
un blasfemo en el centro comercial: los maniquíes -todo su plástico de color
piel- me atosigan subliminalmente. Cuando te acicalas, no puedo parar de
apretarte el nudo y hacerte abrir las piernas violentamente: la raya del
pantalón debe exigir la exactitud y el roce de mi dedo índice; y si forcejeas
durante el cacheo, te inmovilizo sujetándote los brazos con brusquedad. Así,
frente al espejo, te tapo la boca con un cinturón de hebilla dorada y estiro
desmesuradamente los tirantes que te sujetan. Mi tormento es esa sonrisa con la
que finges dolor. Sé que es tarde, sé que llegarás tarde al despacho, pero
quiero retenerte así: quiero que te pruebes todas las corbatas que te he
comprado, mientras te desnudo; y sólo después, cuando haya elegido la que
usarás para exhibirte, te dejaré marchar.
Agustín Calvo Galán, de Escozor nuestro de cada día.
Próxima aparición en Editorial Ultramarina.
uffffffffffff..... los plumones se me erizan.... solo de leerlo.... que fuerte ....
ResponderEliminarY más que se te van a erizar!
ResponderEliminar