Los lugares, al igual que los seres vivos, para los antiguos romanos tenían un guardián, un ángel de la guarda, un Genius loci que no sólo los protegía sino que determinaba también su carácter o su esencia. Para los habitantes de un lugar era fundamental tener una buena relación con dicho genio pues de ello dependía vivir en armonía con el entorno, y de dicha armonía se desprendía en gran medida un buen estado físico y mental.
Álex Chico en esta Dimensión de la frontera recorre los lugares en los que ha vivido, tanto las habitaciones -los interiores- como las localidades y las personas que lo han conformado como quien ahora es. Vuelve tomando conciencia de la no permanencia, pero también de la no pertenencia, pues la extranjería se experimenta como actitud más que como circunstancia. Sólo así, en esa dimensión indefinida de la frontera, el poeta delimita su tristeza, su melancolía voluntaria por lo vivido y compartido, su diálogo con otros poetas en la senda ya trazada de su propia encarnación como hombre.
Al fin la ruina, lo que quedará en el futuro, es lo que aceptamos -honestamente- en nosotros mismos como posible en este instante. Y la ciudad, donde el anonimato de convertirse en multitud -ser extranjero, no poseer nada- es observar y escribir. Álex Chico vuelve con una limpia sensibilidad de tallador de versos, atado al mundo en fechas, señas, indicaciones que nos van sugiriendo una poesía honda y sostenida; en la conciencia y asunción del Genius loci de lo vivido como posibilidad, incertidumbre del paisaje y libertad creativa y personal.
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