La escritura es un momento de gracia, un transcurrir por la página en el umbral entre la ensoñación y la vigilia, en la posibilidad, en el imaginar lo posible de lo imposible. Sin embargo, el último libro del polifacético poeta leonés Víctor M. Díez, Escrito sonámbulo (Amargord, 2013) no es el sueño intangible, es un despertar al idioma como materia transformadora. Algo que crece como la nieve (pág. 41), en el silencio de la creación individual, solitaria, en un interior que se construye desde la no evidencia, frente a un exterior que es frontera de los sentidos, frontera y herida, muro de piedras: Ver es un tropiezo, un pisotón (pag. 34).
Escrito sonámbulo tampoco es una reivindicación o una reinvención del surrealismo o del simbolismo, sino una forma de alteración consecuente del discurso poético para convertirlo en un ámbito de conocimiento imperfecto, ahondando en el escozor o la cicatriz que todo roce con la realidad y con el otro nos produce, y que nos hace sentir vivos. El lector encontrará diferentes asideros por lo que continuar la lectura: el amor, el ámbito familiar, ciertos lugares, las raíces, el eco de un lenguaje puro y consciente que fructifica en el instante de gracia de la escritura.
Escrito sonámbulo tampoco es una reivindicación o una reinvención del surrealismo o del simbolismo, sino una forma de alteración consecuente del discurso poético para convertirlo en un ámbito de conocimiento imperfecto, ahondando en el escozor o la cicatriz que todo roce con la realidad y con el otro nos produce, y que nos hace sentir vivos. El lector encontrará diferentes asideros por lo que continuar la lectura: el amor, el ámbito familiar, ciertos lugares, las raíces, el eco de un lenguaje puro y consciente que fructifica en el instante de gracia de la escritura.
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