Por suerte, sigue en funcionamiento el Bar Pastís (abierto en 1947), en la calle de Santa Mònica, donde podremos tomar un, -el nombre del bar no engaña-, pastís mientras escuchamos música de Edith Piaf o incluso conciertos en vivo, y donde todo el mundo se agolpa en un espacio ínfimo, de apariencia aún más reducida debido al horror vacui de fotos, carteles y demás ornamentación de aire francés que puebla sus paredes. Muy cerca del Patís hallaremos otros locales también emblemáticos como El Cangrejo, donde con una ambientación de bar castizo -sin edulcorantes ni moderneces- podremos disfrutar, a altas horas de la noche, de los playbacks más descabellados, copleros y tranvestis que se pueden ver en Barcelona. En la misma calle de Monserrat donde está situado El Cangrejo también podremos toparnos con La Concha, un local de copas dedicado al desenfreno iconográfico entorno a Sara Montiel.
No debemos olvidar, no obstante, que siempre ha habido un frágil equilibrio entre la conciliación del necesario descanso nocturno de los vecinos y las ansias de diversión de la población, especialmente en calles estrechas y espacios mal acondicionados; algunos de los locales antes mencionados han pasado por mil vicisitudes debido a estas cuestiones. Al fin, el turismo que se está imponiendo actualmente, low cost, impúdico y adolescente, de borrachera y despedidas de solteros está poniendo en peligro todos los equilibrios existentes.
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