En el viaje de la creatividad la poesía no puede ser nunca un lugar al que llegar, sino un punto de partida. El último libro del poeta canario Ricardo Hernández Bravo, Los posos de la sed (Baile del Sol, 2014), es una magnífica propuesta para adentrarnos en un vasto espacio de exploración; ahí el poeta transita abriendo sendas nuevas que el lector podrá apreciar y hasta gozar siempre y cuando se libere, antes de adentrase en el libro, de todos los prejuicios literarios establecidos; pues uno de los primeros rasgos que podremos apreciar en los poemas de Hernández Bravo es su alejamiento absoluto de cualquier moda o modismo, de cualquier lugar común actual o pasado. Verso a verso el lector puede dejarse sorprender tanto por la concisión estética, como por la utilización de algunas figuras retóricas -como la aliteración- que aquí no se usan para conseguir efectos embellecedores, sino para incitarnos o provocarnos cierta extrañeza y atraer nuestra atención. Así:
Lo emboscado condensa mi deseo.
(pág. 65)
Hernández Bravo aúna, trabaja a la perfección sobre el idioma y con el pensamiento, y desarma un entramado en el que la paja ha sido eliminada y queda, sin merma, como si de un cincel se hubiera servido, la forma limpia, exacta, concentrada de la creación, del poema que, al leerlo o abrirlo, se transforma desde la apariencia de extraña flor hermética en inmarchitable valentía por mostrarnos su belleza sin exotismos, como en el monóstico:
Alentamos el don que nos flagela.
(pág, 33)
Al fin, la sed también como concupiscencia, como deseo de agua; en la paradoja del que vive en una isla: rodeado del agua que no puede beber. De esta manera, la poesía sirve en el viaje no solo de la creatividad, sino en la mismísima existencia humana y sin soslayar sus contradicciones, como la sed le sirve al hombre para ser, aunque implique, siendo, también su agotamiento y (auto)destrucción.
Los posos de la sed no nos dejará sedientos sino saciados para emprender una nueva singladura. Felizmente la buena poesía no es obvia y transcurre en libros como éste.
Lo emboscado condensa mi deseo.
(pág. 65)
Hernández Bravo aúna, trabaja a la perfección sobre el idioma y con el pensamiento, y desarma un entramado en el que la paja ha sido eliminada y queda, sin merma, como si de un cincel se hubiera servido, la forma limpia, exacta, concentrada de la creación, del poema que, al leerlo o abrirlo, se transforma desde la apariencia de extraña flor hermética en inmarchitable valentía por mostrarnos su belleza sin exotismos, como en el monóstico:
Alentamos el don que nos flagela.
(pág, 33)
Al fin, la sed también como concupiscencia, como deseo de agua; en la paradoja del que vive en una isla: rodeado del agua que no puede beber. De esta manera, la poesía sirve en el viaje no solo de la creatividad, sino en la mismísima existencia humana y sin soslayar sus contradicciones, como la sed le sirve al hombre para ser, aunque implique, siendo, también su agotamiento y (auto)destrucción.
Los posos de la sed no nos dejará sedientos sino saciados para emprender una nueva singladura. Felizmente la buena poesía no es obvia y transcurre en libros como éste.
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