Buscar una nueva tradición es también llegar a encrucijadas y negarse a tomar un comino recto, pues todos los posibles -hasta el más largo- nos llevan, digámoslo poéticamente, a nosotros mismos. En este tercer libro del alicantino Adrián Bernal se cita tanto a Rimbaud y Mayakovski, a Bolaño y Sex Pistol, a Vallejo y a Panero, tanto como a Coltrane y a Bakunin, y es que los cánones al uso han de estar abolidos para quien busca su camino, su propio equilibrio en este mundo de mil espejismos y contradicciones. Bernal se adentra, eso sí, en sus propios demonios, y los toma de la mano para crecer en ellos:
"He visto el futuro: no pierdas la fe en el veneno,"
(pág.16).
Entre el call center y la cuneta, la tristeza recorre todos los pasillos y las carreteras de una misma desolación y va formando una película perfectamente hilvana; la banda sonora, sin embargo, aquí está hecha de palabras:
"Las prostitutas silban tangos trémulos,"
(pág. 25)
"melodías del blue train, salmos como pájaros,"
(pag. 37)
Entonces, estas Estaciones de invierno son un trabajo sobre la forma, un anhelo de conquista poética de fondo, donde el lenguaje suena, enumera, acumula, crea variaciones sobre una misma tonada; y se lee con emoción. Un excelente trabajo en tiempos de esperanzas y desconciertos, en el que la música no es un fondo para escribir, sino la intuición necesaria, el fundamento sobre el que alzarse.
"He visto el futuro: no pierdas la fe en el veneno,"
(pág.16).
Entre el call center y la cuneta, la tristeza recorre todos los pasillos y las carreteras de una misma desolación y va formando una película perfectamente hilvana; la banda sonora, sin embargo, aquí está hecha de palabras:
"Las prostitutas silban tangos trémulos,"
(pág. 25)
"melodías del blue train, salmos como pájaros,"
(pag. 37)
Entonces, estas Estaciones de invierno son un trabajo sobre la forma, un anhelo de conquista poética de fondo, donde el lenguaje suena, enumera, acumula, crea variaciones sobre una misma tonada; y se lee con emoción. Un excelente trabajo en tiempos de esperanzas y desconciertos, en el que la música no es un fondo para escribir, sino la intuición necesaria, el fundamento sobre el que alzarse.
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