La comprensión del paisaje es también la asunción de su forma. El poeta Ricardo Hernández Bravo se lanza a decir su tierra natal, la isla de La Palma, en la que sigue viviendo, delimitándola en cada uno de los poemas que componen "La piedra habitada" (Ediciones La Palma, 2017). Delimitándola, pero no limitándola. El lenguaje puede contener, pero también hacer ilimitable aquello que nombra. El poeta isleño opta por registrar el horizonte y hacer del paisaje un impulso personal y formal:
"Insemina la piedra
el tiento de la mano en su escrutinio."
(pág. 28)
Porque la piedra, aquí ese pedazo de tierra rodeado en todas sus partes por el mar, se convierte en corporeidad humanizada:
"Se hace carne la piedra,
el lajial esculpido en la sorriba."
(pag. 29)
o también:
"Acaricio la cara de la piedra,
la oscura piel curtida de intemperie"
(pág. 56)
La isla, al fin, es el paisaje abarcable en el que vive en presente el autor, pero también es su pasado y el de sus ancestros, un lugar reconocible para el caminante e inabarcable para el poeta, que se sustenta en ella para mirar la infinidad de sus fronteras:
ISLA
estrecha de paredes,
rotunda de horizontes.
(pág. 42)
Así, Hernández Bravo consigue, con una sencillez magnífica y en un juego de espejos, hacer del afuera un interior; como en el estupendo haiku (forma clásica y mínima por antonomasia de aproximación poética a la naturaleza) con el que cierra el libro:
Sobre las aguas
del aljibe sin techo
sombra de nubes.
(pag. 66)
"Insemina la piedra
el tiento de la mano en su escrutinio."
(pág. 28)
Porque la piedra, aquí ese pedazo de tierra rodeado en todas sus partes por el mar, se convierte en corporeidad humanizada:
"Se hace carne la piedra,
el lajial esculpido en la sorriba."
(pag. 29)
o también:
"Acaricio la cara de la piedra,
la oscura piel curtida de intemperie"
(pág. 56)
La isla, al fin, es el paisaje abarcable en el que vive en presente el autor, pero también es su pasado y el de sus ancestros, un lugar reconocible para el caminante e inabarcable para el poeta, que se sustenta en ella para mirar la infinidad de sus fronteras:
ISLA
estrecha de paredes,
rotunda de horizontes.
(pág. 42)
Así, Hernández Bravo consigue, con una sencillez magnífica y en un juego de espejos, hacer del afuera un interior; como en el estupendo haiku (forma clásica y mínima por antonomasia de aproximación poética a la naturaleza) con el que cierra el libro:
Sobre las aguas
del aljibe sin techo
sombra de nubes.
(pag. 66)
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