Un buen día, cuando aún Barcelona tenía un turismo asumible para los barceloneses, vi a un grupo de extranjeros haciendo fotos en mi calle. Por aquel entonces el Raval aún no tenía el exotismo que hoy le da la vecindad de paquistaníes, marroquíes o dominicanos, y me pregunté qué interés le podrían encontrar a la calle Carretes. Entonces me fijé en lo que estaban fotografíando, que no era nada en concreto sinó la calle en su extensión, y miré en la misma dirección que ellos y vi una franja asfaltada, estrecha y larga, enmarcada con edificios grises y demasiado altos, que casi no dejaban entrar la luz del sol. Seguí sin entender su interés.
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