La poesía puede y debe ser también arrolladora, no atropelladora sin más, sino torrencial, elástica e incontrolable: río en el que sumergirnos y dejarnos llevar. La poesía como palabra pensada y escrita, tal y como la trabaja el barcelonés Cesc Fortuny i Fabré en su último libro La dolorosa partitura del miedo (Alkaid Ediciones, Valladolid 2014), al convertir su discurso en conciencia desolada de la existencia y del mundo, pero también en expresión al fin encauzada, repleta de paradójicos excesos que nos conducen de lo maldito a lo sublime, de la basura a la belleza, desata el idioma y construye en cada frase una expresión maximizada, intemporal, cósmica, total:
La salvación pende del excremento (...) pág. 19
Cesc Fortuny exige una lectura sin prejuicios, pues acomete su obra sin miedo a nada, sin las ansias de gustar que tanto acomplejan y acomodan a otros. Él se enfrenta y afrenta, empuja, arremete, violenta, nos sacude y zarandea. Y, por encima de todo, es genuino.
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