Siempre se ha dicho que en el pote pequeño está la buena confitura. Pero no de confitura sino de un intenso licor, como un bombón con sorpresa, está lleno Brandewijn (Ediciones Peregrinas, 2018) del poeta granadino Juan Peregrina, porque la buena poesía o la buena literatura se escribe destilando los textos hasta llegar a su espíritu. Desde el mismo título, con esa palabra neerlandesa que es el origen de la inglesa brandy adoptada por el castellano, hasta el diseño de la publicación: el color anaranjado tanto de los textos como de las tapas, todo aquí está perfectamente conjuntado. Forma y fondo casan, con el brandy como macguffin, para construir diez relatos en las fronteras entre la poesía y la prosa, por los que transitan tanto la desesperación como la memoria, el amor, la infancia, el sexo, la amistad... es decir, la vida misma. Los textos editados se acompañan de las imágenes de sus originales manuscritos, creando algo así como un efecto espejo, que nos desvela no solo la fertilidad del proceso creativo, sino la esencia transformadora, de alambique, que implica (y no se suele ver) el texto finalizado. El oficio del poeta, así, transforma y pule. Lo sabe perfectamente Peregrina que da la misma coloración de los diamantes o los rubís a sus palabras, los mismos aromas del mejor licor, en un juego de sinestesia que atrapa y enamora a los lectores. Sí, Brandewijn es libro breve, un pote pequeño, pero inspira y anuncia algo que crecerá en forma de gran obra. Sí, Brandewijn es belleza por los cuatro costados.
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