La
ciudad se abre en un ruido constante, la noche es antigua y se
prolonga. Multitudes de jóvenes ociosos recorren las avenidas y la orilla oriental
del río, miran pasar los barcos lujosos repletos de extranjeros, y aprovechan
cualquier excusa para cantar, abrazarse o dar la bienvenida a los recién
llegados.
Los árabes la
llamaron la victoriosa. En sus edificios ruinosos parece que perviven las
huellas de una guerra moderna
o de una catástrofe irrepetible;
más que
victoria gloriosa, muestran una lenta derrota africana.
Minaretes
iluminados, colinas de azul y alabastro, más altas son las súplicas
a los pies,
sobre alfombras
orientales,
más altas las
ansías del pueblo por elevarse
de sus palabras
enclaustrados, más altas, muchos más,
de su yugo inapelable,
en la
religiosidad popular, reglamentada o abstracta,
de un país febril
pero descalzo.
Agustín Calvo Galán
(inédito)
plas, plas, aplausos... me lo llevo al blog,Agustín.
ResponderEliminarGracias Ángel!
ResponderEliminarPrecioso poema. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias Beltrán!
ResponderEliminarDe intensidad medida, de belleza sutil, de verdades cristalinas está lleno este poema, amigo Agustín.
ResponderEliminarMuchas gracias Isabel! tus palabras, siempre cariñosas con mi obra, me animan mucho!
ResponderEliminar